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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Memorias de una bestia enjaulada 10

Aferra los barrotes con fuerza. Chilla y berrea, provocando un eco continuo y ensordecedor. Da frenéticas vueltas por la jaula, golpeándose los brazos y el cuerpo, haciendo vibrar la jaula con cada sacudida. Se agarra del pelo y tira con fuerza. Sus gritos no paran.
Está loca. Histérica.

"¿Qué hago?"
Me siento tan impotente.

Ella continúa golpeando, arañando y llorando. Continúa profiriendo alaridos. La jaula se estremece.

¿Y todo por qué?
Por él.
El amor de mi vida está sufriendo y no puedo hacer nada por ayudarle.
Me siento tan frustrada e impotente. Una inútil.
Mi alma chilla y llora en la profunda oscuridad, sufriendo todo cuanto yo callo. Me siento encerrada como si estuviera realmente en una jaula.

¿Por qué es tan difícil?
Si por mí fuera, acudiría en su rescate, derribando puertas y muros, pero no debo intervenir.
Ese es el problema: no debo, pero es lo que más quiero. Necesito protegerle. 
Quedarme con los brazos cruzados me está volviendo loca.

Oigo los chillidos más lejos, pero ahí están, retumbando en lo más hondo de mi corazón.

Y siento de nuevo ese extraño remolino interno. Algo se mueve otra vez dentro de mí, dividiéndose y multiplicándose, cambiando de forma. 
Puedo notarlo en el corazón, algo pesado y duro que me roba el aire de los pulmones y acelera mis latidos.

El largo letargo ha terminado. La bestia ya no es dócil y manejable, ahora pelea y enseña los dientes con más rabia que nunca. 
Rechaza cualquiera de mis palabras y exige que la libere. No acepta un no por respuesta. Se revuelve en su jaula.

¿Hicimos un trato, recuerdas? 
Deja de importunarme y seguiré alimentándote.

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