Llovía en la calle Julio Verne. El magnífico edificio Villa Magna ahora parecía frío y abandonado. Contaba con innumerables habitaciones, muchas de ellas vacías. Nadie pensaría que fue antiguamente la mansión de algún millonario. Allí vivían grupos de chicos y chicas de diferentes edades; todos huérfanos, pero se querían como una gran familia.
En una de las grandes ventanas del salón, en la planta baja, un niño de unos seis años pegaba su carita al cristal y formaba vapor para ver como desaparecía pasados dos segundos. Miraba con desilusión los jardines, aquella mañana había deseado poder salir y jugar con sus compañeros con la nueva pelota. Sus ojos grises bajaron hacia el suelo y suspiró. Sintió una presencia a su espalda y se dio la vuelta. Era su mejor amigo, Sergio, un chico de catorce años, callado y observador. Le había ayudado a superar la muerte de sus padres y se convirtieron en amigos inseparables.
-Vamos, juega con el resto. Dejará de llover dentro de poco, ya lo verás -susurró. Le hizo caso, ya que casi siempre tenía razón. Mientras Eduardo se alejaba, Sergio miró el oscuro cielo y éste pronto comenzó a aclarase. A continuación sonrió.
Los gritos alertaron a todos. Sergio se acercó al panel de corcho del vestíbulo, donde se ponían los asuntos importantes del orfanato, para ver aquello que tanto llamaba la atención. Ya se había formado un corrillo y nadie conseguía leer nada. Un chico de unos diecisiete años, Esteban, uno de los más mayores y altos, quitó las chinchetas y leyó en voz alta que pronto derribarían la mansión por falta de dinero para su reparación y mantenimiento. Se escuchó una serie de murmullos lastimeros y algunos “¿qué hacemos?” Todos estaban muy apenados, porque había sido su hogar durante largos años.
En las siguientes semanas los ánimos decayeron, casi no se escuchaban las risas de los niños. Reinaba un respetuoso silencio. Sergio estaba preocupado por Edu, nunca había sido un niño demasiado alegre desde el fatal accidente, pero ahora pasaba los días junto a la ventana, mirando con tristes ojos el exterior. Sergio pensó que debía hacer algo para animar a sus compañeros. Se dirigió a la cancha de baloncesto, donde Esteban practicaba unos tiros para entrar en el equipo del instituto.
En las siguientes semanas los ánimos decayeron, casi no se escuchaban las risas de los niños. Reinaba un respetuoso silencio. Sergio estaba preocupado por Edu, nunca había sido un niño demasiado alegre desde el fatal accidente, pero ahora pasaba los días junto a la ventana, mirando con tristes ojos el exterior. Sergio pensó que debía hacer algo para animar a sus compañeros. Se dirigió a la cancha de baloncesto, donde Esteban practicaba unos tiros para entrar en el equipo del instituto.
-¡Esteban! -gritó. Cuando ya tenía su atención comenzó a contarle lo sucedido-. Debemos hacer algo, lo de ahí dentro parece un funeral. Todos hemos pasado por eso, no es necesario otra vez.
-Lo hablaré con el resto. -Tiró y la pelota rebotó en el aro-. Seguro que a Lucía se le ocurre algo.
Después de unos días, en el panel de corcho apareció un gran cartel azul de letras rosas. Anunciaba una búsqueda del tesoro para todos. Habría pistas por la mansión y debían encontrarlas, descifrarlas y seguirlas. A la hora de la cena todos los niños comentaban excitados la emocionante búsqueda, estaban deseando que comenzara el juego.
Por la mañana, Esteban y Lucía les dijeron que buscaran en el salón, allí se encontraba la primera pista. Comenzaron a formar grupos de búsqueda. A Sergio le gustaba ver a todos recorriendo cada rincón, riéndose y divirtiéndose, y al mismo tiempo despidiéndose de todo aquello. Los más pequeños, de entre seis y nueve años, revolvían todo, pero no ayudaban mucho.
Sergio buscó a Edu y lo encontró agazapado en el suelo, pasando los dedos por una tabla de madera.
-¿Qué haces? –preguntó, mirando por encima del hombro.
-He encontrado algo que no estaba ayer -respondió mientras se apartaba-. ¿Me ayudas?
Sergio asintió y observó. Había unas letras grabadas: AHCELF AL EUGIS. El chico el ceño, en señal de concentración. Edu, al mirar a su amigo, hizo lo mismo. Ambos suspiraron.
-¡Chicos hemos encontrado la primera pista! -gritó y, en cuestión de segundos, estaban rodeados por el resto de niños. Todos, sorprendidos, pensaron qué lengua podría ser, aunque no les sonaba a ninguna conocida.
Sergio, igual de silencio que siempre, se fue a la habitación contigua, la biblioteca, para pensar con más tranquilidad. Eduardo se pegó a sus talones. Pasearon por las estanterías de libros hasta llegar a la última, enciclopedias y diccionarios. Sergio se percató de que uno de los diccionarios sobresalía más que el resto, así que lo cogió. Era un diccionario inverso. Eduardo, de puntillas, leyó el título.
-¿Qué es un diccionario inverso?
-Para leer las palabras al revés- recordó Sergio.
-¿Para escribir mal las palabras?
Edu parecía muy confundido, lo cual hizo sonreír a su amigo.
-Escribir no es más que jugar con las palabras.
Regresaron rápidamente y la frase del suelo tenía sentido: SIGUE LA FLECHA Pero, ¿qué flecha? Buscaron por todo el salón.
Se iban a dar por vencidos cuando Sergio miró la hora en el reloj de péndulo, estaba parado en las 6.30, con las dos agujas juntas, ambas formando una flecha que apuntaba a una baraja de cartas esparramadas en el suelo. Se acercaron y encima del montón estaba el as de picas, de nuevo otra flecha, y señalaba la puerta de la biblioteca.
Sergio y Edu corrieron, deseosos de encontrar el tesoro. Buscaron otra flecha. El pequeño la encontró formada por las piezas del ajedrez, apuntaban a la estantería de literatura fantástica. Sergio recordó uno de sus libros favoritos llamado “La Flecha Envenenada”, así que lo buscó y dentro encontró una llave.
Recorrieron la mansión y probaron puerta tras puerta hasta hallar la correcta. Dentro apenas había muebles, sólo les llamó la atención un avión de juguete que tenía una curiosa forma de flecha. Señalaba la cama. Debajo encontraron un gran arcón lleno de juguetes nuevos. Rápidamente regresaron al salón cargando el arcón y los repartieron. Por la tarde, todos jugaban con los recién estrenados juguetes. Edu hacía volar su avión y Sergio continuaba su lectura acomodado en uno de los mullidos sofás.
Alzó la mirada un segundo y observó la alegría que se respiraba en el ambiente. ¡Fue un excelente día!
1 comentario:
Conmovedor, muy conmovedor.
Tu historia tenía tela para tirar para más, para iniciar un serie de relatos, la ambientación estuvo muy buena, me ubiqué en la casona y disgute las estancias que recorrí, encontré frases muy bonitas, y muy ingenioso lo de los acertijos y pistas, muy curioso el diccionario al reves Existen en realidad??.
Como te gido, la historia tenía mucha tela para más, respeto que hallas decidido finalizarlo con un detalle tan bonito como los jugutes como tesoro, eso me conmovió mucho.
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