¡Todo iba de mal en peor!
Esa semana, Julya sintió las garras del abandono clavándose en su corazón. Alexander apenas le había dirigido la palabra, inmenso en su mundo de guerreros y monstruos que lo mantenían pegado permanentemente a su portátil. A raíz de eso, July necesitaba más que nunca el apoyo de sus amigas: un día de risas y tonterías junto a Sam y Sharon. Pero la dejaron en la estacada.
Después de semanas planeando ir ese fin de semana de compras al centro, Samantha la llamó apenas una hora antes del encuentro diciendo que no podría ir porque ella y sus padres iban a casa de su abuela.
Julya se enfadó mucho con Sam, con sus padres, su abuela y con el universo entero. ¡Odiaba que le cambiaran los planes en el último momento! ¿Tan difícil era avisarla la tarde anterior?
"Podéis ir Sharon y tú al centro", sugirió Sam. "Yo iré otro día con vosotras."
Era la mejor solución, pero Julya no tenía ningunas ganas de pasar una mañana con Sharon -la muda- a solas. De hecho, sólo se lo pasaba bien si se juntaba con Sam.
De todas maneras, habló con Sharon: "Entonces no vamos", dijo con tan poco entusiasmo, que daba la sensación que le importaba un bledo quedar o no con ellas; como siempre, salir de casa no le interesaba lo más mínimo.
Y allí estaba Julya, sentada en la cama, perfectamente preparada para salir, pero no tenía a nadie con quien ir. Sus pensamientos viajaban a toda velocidad. El plan de largarse ella sola cada vez le parecía más atractivo.
De todas maneras, habló con Sharon: "Entonces no vamos", dijo con tan poco entusiasmo, que daba la sensación que le importaba un bledo quedar o no con ellas; como siempre, salir de casa no le interesaba lo más mínimo.
Y allí estaba Julya, sentada en la cama, perfectamente preparada para salir, pero no tenía a nadie con quien ir. Sus pensamientos viajaban a toda velocidad. El plan de largarse ella sola cada vez le parecía más atractivo.
Su madre entró en la habitación con cierta cautela. Sabía que Julya estaba de uñas y, lo cierto, era que compartía su enfado; a ella tampoco le gustaba la extraña forma de actuar que tenían a veces las amigas de su hija.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó en un murmullo.
—Me voy.
—¿Tú sola?
—Sí. —Se levantó de la cama y se calzó los botines—. No se me pasará el cabreo si me quedo aquí encerrada.
Se sentía como una bestia encolerizada, dando vueltas en su jaula, maquinando la forma de escapar.
—Pues... ¡Pásatelo bien!
¡Marcharse al centro fue lo mejor que podía haber hecho! ¡Estaba contentísima! El hecho de ir sola le produjo una agradable sensación de independencia y libertad. ¡No necesitaba a nadie! Podía afrontar todo lo que le echaran encima. ¡Tenía super-fuerzas!
Después de pasar toda una semana con los ánimos por los suelos, se sentía como si le hubieran inyectado un chute de adrenalina. ¡Había bajado en picado en la montaña rusa y ahora tocaba el fuerte empujón hacia arriba!
Se sentía tan bien que la gente se giraba a mirarla cuando ella pasaba por la calle, como si emanara un aura de felicidad; tan irresistible como un buen perfume. Incluso hubo un chico que, con la novia cogida del brazo, giró la cabeza para mirarla.
Apenas tardó dos horas en hacer un par de compras y regresar a casa, pero la transformación había sido casi inmediata y con efecto duradero. Sus padres mostraron sendas expresiones de alivio y alegría cuando la vieron regresar tan feliz y risueña.
Por la tarde, Samantha quiso ir al centro comercial; ella también había estado de un humor de perros por culpa de sus padres, quienes habían tenido la "feliz" idea de ir a visitar a la abuela sin previo aviso y privándole de un sábado con sus amigas.
Julya estuvo tentada de decirle que no, para que sintiera en sus propias carnes el veneno ponzoñoso que ella había expulsado hacía pocas horas, pero estaba de tan buen humor que aceptó gustosa. Además, Sam ya había tenido bastante con aguantar a sus padres; no tenía la culpa de que la secuestraran en tan inoportuno momento.
¿Y Sharon? Se unió a ellas sin pena ni gloria... Su actitud seguía siendo cargante. Podrían haberse aprovechado de ella, como endosarle las bolsas de la compra, que no habría dicho ni mú. ¡Era insultante su indiferencia hacia todo!
Solía caminar encorvada, con los desgastados vaqueros de siempre y las manos embutidas en la misma sudadera negra cubierta de pelos de gato. Si continuaba con ese espíritu tan poco jovial y más propio de una anciana octogenaria, no tardarían mucho en llamarla: la vieja de los gatos.
Después de pasar toda una semana con los ánimos por los suelos, se sentía como si le hubieran inyectado un chute de adrenalina. ¡Había bajado en picado en la montaña rusa y ahora tocaba el fuerte empujón hacia arriba!
Se sentía tan bien que la gente se giraba a mirarla cuando ella pasaba por la calle, como si emanara un aura de felicidad; tan irresistible como un buen perfume. Incluso hubo un chico que, con la novia cogida del brazo, giró la cabeza para mirarla.
Apenas tardó dos horas en hacer un par de compras y regresar a casa, pero la transformación había sido casi inmediata y con efecto duradero. Sus padres mostraron sendas expresiones de alivio y alegría cuando la vieron regresar tan feliz y risueña.
Por la tarde, Samantha quiso ir al centro comercial; ella también había estado de un humor de perros por culpa de sus padres, quienes habían tenido la "feliz" idea de ir a visitar a la abuela sin previo aviso y privándole de un sábado con sus amigas.
Julya estuvo tentada de decirle que no, para que sintiera en sus propias carnes el veneno ponzoñoso que ella había expulsado hacía pocas horas, pero estaba de tan buen humor que aceptó gustosa. Además, Sam ya había tenido bastante con aguantar a sus padres; no tenía la culpa de que la secuestraran en tan inoportuno momento.
¿Y Sharon? Se unió a ellas sin pena ni gloria... Su actitud seguía siendo cargante. Podrían haberse aprovechado de ella, como endosarle las bolsas de la compra, que no habría dicho ni mú. ¡Era insultante su indiferencia hacia todo!
Solía caminar encorvada, con los desgastados vaqueros de siempre y las manos embutidas en la misma sudadera negra cubierta de pelos de gato. Si continuaba con ese espíritu tan poco jovial y más propio de una anciana octogenaria, no tardarían mucho en llamarla: la vieja de los gatos.
3 comentarios:
Jo, estoy enganchada a este diario. Me gusta el lenguaje que utilizas, el ambiente que se forma fresco y distendido al leer
besos
Este es más light jajaja =)
A ver si sale uno más moviditooo :P
Esta semana he decidido publicar 2 actualizaciones de El Diario de Julya porque en esta parte de la historia sería una grandísima putad* que os lo dejara cortado durante una semana entera.
¡Luego os quejaréis! jajajajaja XD
Bss ;)
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