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sábado, 5 de mayo de 2012

Martes 3

Ya habían empezado las fiestas. Las calles cercanas a la plaza estaban atestadas de gente y puestecillos de comida, bebida y demás objetos artesanales. El ambiente era dulce, salado, agrio y muy pegajoso. A Julya no le gustaban los sitios así, pero habían quedado allí con los amigos de Samantha del instituto.
—Es un poco pronto para esperarles en el metro, ¿damos una vuelta por la feria?
—Me parece lo mejor —se limitó a decir Julya.
Vagabundearon entre los puestos, esquivando personas, perros y carritos de bebé que se quedaban atascados en mitad de la calle, formando un tapón que ni el Cillit Bang sería capaz de quitar.
Había un puesto que llamó la atención de Julya. Tenía toda clase de abalorios y objetos "mágicos": tréboles de cuatro hojas, ranas, tortugas, brujillas, ojos de gato, manos de fátima... Ella no creía en la fortuna, pero le gustaba coleccionar cosas que pudiera llevar en el llavero.


Entonces vio una simple llave. Sí, una llave de aspecto antiguo con la palabra suerte grabada en un lado y salud en el otro.
Ya podría llevar Amor... No, mejor no. Paso de los tíos por un tiempo. Me apetece estar sola.
—¿Cuánto cuesta?
—Tres euros.
¡Qué robo! Con lo canija que es...
—Me la llevo.
—¿Qué te has comprado? —curioseó Sam.
—Una llave de la suerte para el llavero.
Buscaron un lugar apartado para estar tranquilas. Samantha aprovechó para tomarse su tradicional té de menta de las fiestas de mayo. Le gustaba mucho coleccionar los vasos.
—¿Cuántos tienes?
—Todos los colores. —Dio un sorbo y casi se abrasó la lengua—. Mi hermano se ha cargado el verde, por eso me he comprado otro.
Para mí no habría sido una gran tragedia.
—¡Sé que odias el verde! ¡jajaja!
Se sentaron en los bancos de piedra que quedaban al lado de la boca del metro. Julya sacó su manojo de muñecos que usaba como llavero y se las ingenió para meter la llavecita que había comprado, aunque era tan pequeña que por poco no entró en la anilla. A lo mejor me da suerte y todo... ¡Sí, claro! jajajaja.
Quedaba poco para la hora acordada. Sam y Julya se dedicaron a ver pasar a la gente: una mezcla de individuos de todas las edades, clases y aspectos.
—¿Hueles eso? —preguntó Sam.
—Es lavanda, ¿no?.
—Creo que viene del puesto de las rosas de madera.
—Tengo un par en casa. Las compré en una excursión hace muchos años. Creo que han dejado de oler.
—Es curioso que unas rosas huelan a lavanda.
Ambas rieron.
—Las mías sí olían a rosa.

A las once y media vieron aparecer a un reducido grupo de chicos, casi todos vestidos de oscuro. A la cabeza iba Rob con su acostumbrado andar de pato. Se metieron directamente al metro; ni siquiera las vieron. Encima ciegos...
Una vez dentro, saludaron e iniciaron el ritual de dar dos besos a completos desconocidos que, con toda seguridad, no iban a volver a ver en su vida. Julya programó el cerebro para no almacenar ningún nombre nuevo.
  1. El primero en saludarla fue Rob. Clasificación: conocido. Hay que sonreír. 
  2. Segundo chico. Clasificación: desconocido. Extremadamente alto y delgado como una caña de bambú, perfecto para jugar al baloncesto; también iba un poco encorbado. Ropa normal, aspecto... Tiene cara de estar un poco empanado, aunque  parece majo. Sonreír también.
  3. Tercer chico. Clasificación: desconocido. Casi tan alto como el anterior, pero el adjetivo apropiado era "enorme". No sólo le sacaba cabeza y media a Julya, sino que tenía unas espaldas, piernas y brazos anchos, con unas manos para repartir hostias como panes. Me gusta la ropa que lleva y los ricitos de la frente... Parece tímido, y es mono. Sonreír.
  4. ¡Pet! Me acuerdo de ti y tu novia la furcia, ¿dónde estará? Es raro que deje a su cachorrito sin correa. Venga un par de besitos, que me das pena... Y sonrisa del anuncio de pasta de dientes.
  5. Le presentaron a otro chico que también cayó en la etiqueta de desconocido. Era parlanchín, de sonrisa grande y cuerpo menudo. Parecía poquita cosa, pero su actitud al saludar hizo que le cayera bien desde el principio. La agenda mental de Julya se abrió para anotar su nombre: Ray.
Y hubo otra ristra de chicos y nombres que no llegó a registrar, en su mayoría sudamericanos que venían de parte de Stefi, quien apareció seguida de su inseparable amiga Janice, "la seta". Ambas con el poco glamour de siempre, aunque Stefi se empeñaba en actuar como la diva del lugar.
Sharon apareció con la misma vitalidad que La Blasa —¡hay Señor, llevame pronto! y, una vez reunido el considerable enjambre de desconocidos, se marcharon a comprar la bebida al chino más cercano.

Julya no bebía porque luego tenía que conducir, además, le daba dolor de cabeza. Probó un poco de la mezcla de Sam: vodka de mora con coca-cola. Estaba bueno, pero no como para engancharla. Ella prefirió seguir con su refresco, cuyo aspecto era igual que los cubatas de sus compañeros, y se divirtió viendo a los próximos borrachines empezando a hacer el idiota. 
De hecho, había una chica atolondrada de gruesos rizos rubios y raíz negra, maquillaje que rivalizaba con el de un payaso y vestida para asistir a una comunión, que no dejaba de revolotear de grupo en grupo, agitando su bebida y riendo a carcajadas; la pobre no se percataba de las miradas de lástima del resto de presentes. 
Julya sí. Y también se fijó en ciertas miradas que le dedicaba el "chico enorme", pero éste apartaba los ojos en cuanto notaba que ella volvía la cabeza hacia su zona. Julya sonrió. Sabía que la estaba mirando, no necesitaba que sus ojos se cruzaran; esto no era como en las películas.
—¡Mickey, Mickey! ¡Cógeme, cógeme! —gritó la chica rubia, abalanzándose sobre el "chico enorme". El pobre la cogió en brazos, sin saber si tirarla al suelo o quedarse tal cual. ¡Mickey! ¡Dame vueltas! ¡Vueltas!
Todos a su alrededor rieron ante su actitud extremadamente infantil. El chico no tuvo más remedio que encogerse de hombros y darle un par de vueltas en el aire.
Si fuera él, cogería impulso y la soltaría. A ver dónde aterriza... Julya se relamió ante el espectáculo que se proyectaba en su mente. Por suerte para la rubia, no ocurrió.
Este comportamiento se repitió unas cuatro veces más. Todos en el grupo ya empezaban a estar hartos de ella, sobretodo Mike. Julya le dedicó un par de miradas cargadas de lástima que él le correspondió con un encogimiento de hombros. Decidió echarle una mano, porque parecía tan buenazo que estaba dispuesto a seguir así el resto de la noche con tal de no molestar a la borracha y, en un futuro, las fotos mostrarían su cara de querer mandarla a la mierda.
—Helen, creo que te llaman por allí —dijo, señalando con la bebida al grupo donde estaban sentados Pet, Stefi, Ray, Samantha y Sharon, con Rob cortejando inútilmente a ésta.
—¿Sí? Holaaaaaaaaa —canturreó mientras se acercaba a ellos. Julya vio sus caras de pánico. Y sonrió como un tiburón.
—No te deja en paz, ¿eh? —preguntó, dándole un trago a su coca-cola.
—Qué va... ¡Es una plasta!
—Deja de hacer eso de las vueltas, se aburrirá y se irá.
—Ya... —No estaba muy convencido.
—¿Qué te está pareciendo la noche?
—Entretenida. —Esbozó una sonrisilla que confirmó sin dudas su enorme timidez.
—Tu amigo está muy pendiente de Sharon, ¿va en serio?
—¿El Rubio? Déjale, seguro que no consigue nada.
—No, no lo creo... —Dio otro pequeño sorbo que terminó de congelar su garganta. Ojalá fueramos a bailar, esto empieza a ser aburrido.
—En cuanto terminen las botellas, seguro que se mueven.
—Eso espero... 
Como un buen rebaño de ovejas borrachas. El problema es que no me apetece hacer de pastor.

Al cabo de una hora, quizá dos, la policía pasó por el parque, así que se vieron obligados a apilar las botellas de ron y vodka en las papeleras y a moverse hacia la macrodiscoteca. Julya se sintió muy agradecida.
Por el camino se arrimó a Sharon y le preguntó sutilmente por su nuevo pretendiente.
—¿Qué tal con Roby? ¿De qué habláis tanto rato?
Sharon vio venir su jugada y puso cara de circunstancia.
—Me habla de videojuegos y esas cosas...
—Mmm Interesante...
—¿Qué?
—Nada. Es... interesante. —Y sonrió con cierta picardía, contagiando a Sharon.

Una vez en medio de la pista de baile, la cosa se animó mucho. Se contonearon apretujados los unos a los otros, pegados a las vallas de protección que rodeaban la fuente sin agua. La música bombeaba temas repetitivos y mecánicos, perfectos para mover a una masa humana como aquella. A Julya le gustaba jugar a "adivina la canción", aunque era difícil acertar con la cantidad de mezclas y remix que escuchaban.
Helen atacó de nuevo a Mike con su incansable: ¡cógeme, cógeme! El chico definitivamente se resignó a darle vueltas y más vueltas; parecía que se la quería cargar a base de centrifugarla. Helen bajó al suelo con unos pelos de loca que hicieron reír a casi todos. Después Sharon también quiso probarlo, cosa rara en ella, incluso Sam se animó a dar vueltas después de un inaudible no que Mike ignoró por completo. Por último le tocó el turno a Julya, pero ella se negó rotundamente. Una cosa era bailar, posar para las fotos y captar sus miradas de soslayo, pero no quería que la hizaran y marearan en público.

En mitad del baile empezó a llover. Julya corrió a refugiarse junto a Sam, quien guardaba su paraguas naranja chillón en el bolso. Las dos estaban apiñadas debajo cuando alguien lo cogió y lo subió por encima de sus cabezas, eran el "chico bambú" y el "chico enorme", quienes también se cubrieron con él.
—Nosotros lo cogemos —dijo Mike con una sonrisa y el pelo húmedo. Estaba realmente guapo.
—Mientras nos sirva a todos, ¡bien va! —contestó July. De repente un cuerpo pequeño y escurridizo se pegó a ellas, era Ray. Me estoy empezando a agobiar...
Hubo gritos y gruñidos junto a ellos. La masa de cuerpos empezó a moverse como la resaca del mar. ¡Mierda, una pelea! 
De repente les separaron, Sam desapareció de su lado, así como los chicos más altos. Julya se agarró al brazo de Ray, quien ahora sujetaba el paraguas con firmeza. Apenas le conocía, pero no quería quedarse sola en medio de aquel mar de desconocidos. 
Más gritos y amenazas llegaron a sus oídos. Con lo bajita que era no lograba hubicarse y tampoco sabía lo que estaba pasando. En un momento consiguió ver retazos de una pelea entre dos sudamericanos, seguramente por una chica. 
Lo más gracioso era que a dos metros escasos había un policía, pero no tenía intención de hacer nada mientras las personas se aplastaban unas a otras. Al final, como notaba la mirada de la gente clavándose en él como miles de agujas, el hombre hizo a un lado la valla y con un par de gritos y empujones logró separar a los chavales, quienes se largaron a seguir con su discusión lejos de la macrodiscoteca.

En cuanto las aguas volvieron a su cauce, se reagruparon. Había dejado de llover y Sam recuperó su paraguas, aunque el pobre no estaba para muchos trotes. El ambiente era frío y húmedo, también el ánimo de la gente.
—Esto ya no es divertido. Vámonos al baño —sugirió Roby y todos estuvieron conformes.
Las colas eran kilométricas y el olor nauseabundo. Julya no quiso acercarse más de lo necesario. Los chicos estaban hartos y no querían esperar. Mike se coló en uno de los baños sin darse cuenta de que se trataba del de mujeres.
—¡Mike! —le llamó Julya, pero ya había entrado. Cuando salió, sus amigos se burlaron de él, pero Mike tan sólo sonrió; al fin y al cabo ellos seguían en la cola y él ya no.
Mientras el resto esperaba, Ray se hizo con la cámara de fotos de Rob y empezó a freírles a flashes, dejándoles ciegos y sorprendidos. Así consiguieron animarse y el grupillo sonrió y posó para la cámara: los chicos haciendo el moñas y las chicas con su mirada más seductora.
A Julya no le gustaba posar, de hecho, no le gustaban las fotos. Aprovechó para estar atenta a nuevas miradas de Mike y, aunque se encontraban a dos centímetros entre foto y foto, no captó ninguna.
Tal vez me lo haya imaginado...
El grupo volvió a dispersarse, esta vez debido a la llamada de la naturaleza. Sharon y Julya se quedaron solas. Entonces empezó a sonar una canción que ambas conocían muy bien.
—¡¡Danza kudurooooo!! —gritaron al unísono. Al instante se pusieron a bailar la coreografía. Sharon no se la sabía, pero rápidamente imitó los pasos de Julya y ambas bailaron totalmente ajenas a las miradas de los chicos y al pilotito rojo de la cámara que indicaba que estaba grabando un vídeo.
Julya rió, saltó y se divirtió como nunca. De nuevo captó el brillo de los ojos de Mike observándola, lo cual hizo que ampliara su sonrisa. Y precisamente eso fue lo que la atraía de ella: una sonrisa bonita y sincera.

5 comentarios:

Slay dijo...

por fiiiiin jajjaajaja
se hechaba de menos =)

Tania dijo...

Que ganas de leerlo *__*
Ahora me pondré a ello!! Ya tenía ganas^^
¡un beso!

mientrasleo dijo...

Oye, retomamos!!
Y con un buen ritmo como corresponde, me ha encantado!
Besos

Nuemiel dijo...

¡Gracias por vuestros comentarios! ¡¡Me dan la vida!! =D

Saludos ;)

Libros Que Voy Leyendo dijo...

Fantástico!!! me ha gustado mucho, sigue así