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miércoles, 21 de marzo de 2012

Relato 2 - SE ACABARON LAS LÁGRIMAS

Una pequeña mota de luz danzaba ante sus ojos. Se iluminaba y al instante desaparecía, para luego regresar. Marta tardó un momento en comprender que esa luz era su móvil, que se encendía y vibraba cada dos segundos: era el despertador. La chica parpadeó un par de veces, sentía los ojos hinchados y pesados. A su alrededor todo era silencioso y amenazador; no se sentía segura ni en su propia habitación. Se incorporó con lentitud, entrecerrando los ojos. Cogió el móvil y pulsó un botón para detenerlo.

Se sentía muy somnolienta, había despertado tan cansada como se había acostado. Con un suspiro apoyó los pies sobre el suelo; sintió un escalofrío. Alcanzó un jersey que había tirado sobre la cama y se lo puso, a continuación se embutió los pantalones que utilizaba los días de hacer deporte.



Se dirigió a la cocina, por el camino captó un ronquido que procedía del dormitorio de su padre. Marta arrugó la nariz con asco, pero no detuvo sus silenciosos pasos. Una vez en la pequeña habitación de muebles desgastados y suelo de ajedrez, dejó escapar una maldición mientras se preparaba para hacerle el desayuno a su odioso padre. Con mil demonios recorriendo su interior, abrió el frigorífico, que la recibió con su constante zumbido y la luz fundida, y sacó dos huevos y un paquete de lonchas de beicon. De entre el montón de cazos y cacharros que había apilados en un armario, sacó una sartén medianamente nueva y la puso al fuego. El olor de los huevos fritos, el café recién hecho y el chisporroteo del beicon atrajeron a un hombre sudoroso y en camiseta de tirantes. Se acercó meneando su enorme barriga que le impedía verse los pies, los cuales arrastraba por el suelo. Estaba prácticamente calvo y una prominente papada colgaba de su cuello. Aun así, lo peor de todo eran sus enormes orejas y el aliento de cloaca.

—¿A qué huele? —masculló con voz hastiada. Observó la frágil figura de Marta con unos ojillos de ratón, repletos de embriaguez. Olisqueó con su nariz aguileña, dejando a la vista unos pelos negros y largos—. ¿Qué estás haciendo?

—El desayuno —musitó con un hilo de voz. Siguió con lo que estaba haciendo para que no notara que temblaba de miedo.

Su padre se pasó una mano por la barbilla, las uñas sucias rasparon la creciente barba. Estiró el cuello, tratando de ver por encima de su hombro, pero reparó en otro detalle.

—¿Qué es eso que llevas puesto?

—Na… nada. —Marta tiró de las mangas, tapando sus delgados brazos y los morados que los surcaban.

—Te pareces a la zorra de tu madre. ¿Quieres ser como ella? ¿Quieres ser una fracasada y acabar con una soga al cuello y tus pies balanceándose en el aire? —su voz denotaba repugnancia, incluso odio; todo ello acompañado por el olor a vino de cartón barato. Marta se quedó paralizada, con la mente en blanco a causa del horror. Aún estaba acongojada por la última paliza.
—¡Eh! ¡Contéstame! —el grito resonó en sus oídos, dejándola sorda unos segundos. La llamó empujándola de un hombro, la chica saltó como un cervatillo asustado y lo miró con ojos desorbitados y anegados en lágrimas.

De un puñetazo la tumbó en el suelo, en la caída se golpeó la espalda con la encimera y también tiró todo el desayuno que estaba quemándose en el fuego. Marta trató de protegerse, se encogió formando un ovillo, y confió que el ruido alertara a los vecinos. De lo contrario, no estaba segura de lograr escapar otra vez; la suerte no llamaba a la misma puerta tantas veces.

Su padre la cogió del pelo y tiró con fuerza de ella, obligándola a ponerse de rodillas; una sonrisa de satisfacción destacaba en su rostro obeso y marcado por las arrugas. Marta gimió de dolor, las lágrimas resbalaban por sus mejillas. En un intento por liberarse, la chica clavó los talones en el frío suelo, concentró vigor en las piernas para impulsarse y le embistió con todas sus fuerzas. El hombre la soltó debido a la sorpresa, se quedó sin aliento y rodó hacia un lado, sujetándose la enorme barriga mientras se retorcía en el suelo.

Marta saltó sobre él, corrió como alma que lleva el diablo y se golpeó en el hombro al entrar en su habitación como una tromba. Sin reparar mucho en lo que hacía, cogió todo cuanto vio a su alcance y lo metió en la mochila del instituto, se calzó unas deportivas y salió del piso sin mirar atrás. Su padre gritó: un alarido de furia y dolor que resonó por toda la casa y la persiguió mientras bajaba las escaleras de dos en dos.

Llovía... Llovía a cántaros.

Marta se paró en seco en el portal. Por un momento no supo qué hacer. Se abrochó la sudadera y se caló la capucha hasta la nariz. Agachó la cabeza y empezó a correr. Corría desesperadamente, recorriendo las calles empapadas. Sus piernas se movían por voluntad propia, esquivando tráfico, peatones y saltando charcos; su mochila se sacudía de un lado a otro.

Marta sólo quería escapar, huir de ese maldito piso que nunca consideró su hogar y de ese monstruo que nunca se comportó como un padre. Siguió sin rumbo fijo. Le gustaba correr, así no tenía que pensar. No sentía nada, hasta el dolor empezaba a desaparecer. Su corazón iba a mil, estaba a punto de desfallecer. Se detuvo en medio de la calle y se apoyó en la pared de piedra que tenía a su derecha. Estaba tan cansada…

“Sólo sé huir… Soy una cobarde” Con gesto abatido levantó la vista y se percató de que había llegado hasta la biblioteca pública. Se incorporó inmediatamente, aliviada. Dentro la recibió la calma del estudio y el silencio, en ocasiones le gustaba perderse entre las estanterías sólo para respirar la paz y la tranquilidad que reinaban; adoraba aquel lugar. Por un momento olvidó lo gris que era su vida, pero sólo fue un momento…

Marta se dejó caer en el suelo, se quitó la capucha y tiró la mochila a un lado. Empezó a sollozar. Estaba cansada de todo; cansada de vivir con miedo.

De repente notó una vibración en el bolsillo derecho de la sudadera: su móvil acababa de recibir un sms.

“Levántate y lucha. No te rindas.”

—¿Qué? —dejó escapar, pero guardó silencio al instante. “¿Quién eres?” Pero el número era desconocido. Su corazón se aceleró de pronto, Marta miró a su alrededor: estaba rodeada de libros y estanterías de aluminio, nadie podía reparar en ella.

De repente un chico giró el recodo y la miró desde la distancia con las manos en los bolsillos de su cazadora. La muchacha se asustó, pero lo reconoció al cabo de un rato.
—¿Hermano? Has vuelto…

Sus ojos se cruzaron, Marta sintió su mirada llena de paz y calidez. Las cristalinas lágrimas volvieron a descender por el óvalo de su rostro. Juntó las rodillas, apoyó la frente en ellas y rompió a llorar en silencio. El joven se acercó con lentitud, se acuclilló junto a ella y la atrajo hacia sí, rodeándola en un reconfortante abrazo.

—¡Te he echado tanto de menos! —Sus palabras sonaron amortiguadas por el llanto—. No puedo soportarlo más… Me siento tan sola.

—Tranquila, ya estoy aquí. No volveré a abandonarte.

Aquellas palabras hicieron que desapareciera un poco la melancolía que se había adueñado de su corazón.

—Jorge, ¿cómo me has encontrado? ¿Cuándo has…?

—Iba camino del piso y te he visto salir. A duras penas he podido alcanzarte… Pero ya habrá tiempo para hablar —dijo su hermano, acariciándole el pelo con dulzura—. He venido a buscarte. Te vienes conmigo.

—¿Qué? —Marta levantó la vista sin parar de llorar—. Pero, él no lo permitirá…

—No volverá a hacerte daño. —Le dio un dulce beso en la frente—. Siento mucho mi comportamiento: era un crío cuando me escapé de casa. No podía cuidarte, eras tan sólo una niña, y confié en mamá para que lo hiciera. Jamás imaginé que…

Jorge desvió la mirada y una sombra de tristeza empañó sus resplandecientes ojos verdes; los ojos de su madre.

—Tenemos que enfrentarnos a él. De lo contrario, nunca nos libraremos de su amenaza.

—¿¡Qué!? ¡No! ¡Por fin he conseguido escapar de ese horrible lugar! ¡No pienso regresar!

—¡No! No te dejaré abandonar —respondió, abrazándola con más fuerza, apoyando la cabeza sobre su hombro tembloroso—. Sé que puedes luchar y enfrentarte a todos tus problemas.

—¡No aguanto más! —Marta se deshizo de su abrazo con un gesto brusco. No confiaba en él—. ¿Apareces aquí, después de tantos años, y me exiges que regrese allí?

No hubo respuesta. Jorge paseó la vista, sin atreverse a mirarla. Suspiró.

—Tenemos que volver porque las cosas no pueden quedarse así. Ese hombre debe recibir su castigo y me encargaré de que sufra por todo el daño que nos hizo.

Esas palabras se quedaron grabadas a fuego en su mente. Tenía toda la razón.

—No tengas miedo, iremos juntos.

—Gracias…

Su hermano la ayudó a ponerse en pie y ambos se dirigieron al encuentro de su padre. Cuanto más cerca estaban de la vivienda, más se asustaba Marta. Jorge se percató de ello y pasó un brazo por sus hombros para tranquilizarla. Gracias a ese gesto, se sintió más segura; una nueva fortaleza, desconocida hasta entonces, la envolvió.

Subir las escaleras fue el mayor reto de su vida. Encontraron la puerta entreabierta, tal y como la había dejado ella al huir.

—¿Cómo te atreves a volver? —se oyó desde el interior. Su padre estaba en el pasillo. Dio un largo trago a una botella de alcohol—. ¡Has intentado matarme!

Ante sus odiosas mentiras, Jorge entró el primero en el piso. Su padre lo observó con seriedad y su cara se volvió de un rojo incandescente.
—Tú… ¿Qué demonios haces aquí?

—Hemos venido a recoger sus cosas. Marta vivirá conmigo a partir de ahora.
—¡Ni hablar! —bramó, golpeando la pared con el culo de la botella y ésta se resquebrajó, pero no llegó a romperse—. Te he cuidado, te he dado un techo donde alojarte y he puesto comida en tu plato. ¿Así es como me lo pagas?

Marta ahogó un sollozo y las lágrimas estuvieron a punto de salir. ¿Por qué habían vuelto? Estaba claro que había sido un error…

Su padre se acercó con pasos torpes, pero con actitud amenazante. La muchacha se asustó y se escudó tras su hermano, que la protegió con la fortaleza de un roble.

—Como vuelvas a tocarla, juro que te mataré —susurró con total frialdad. El hombre enmudeció, intimidado, y paró en el acto. Marta se sorprendió ante su gesto de temor, ¿cómo había estado bajo su yugo durante tanto tiempo?

Jorge la cogió de la mano y la obligó a ponerse en marcha. Juntos reunieron en una caja las pocas pertenencias de la chica. Al marcharse se cruzaron con su padre, que continuaba en la misma postura: quieto en medio del pasillo, mirando la nada.

Al pasar junto a él, Jorge masculló:

—Durante años, nuestras vidas fueron un infierno por tu culpa. Pero descuida, que también conocerás el infierno porque la policía te hará una visita de un momento a otro. Pagarás por lo que has hecho y por la muerte de mamá, la justicia se encargará de ello… No lo dudes ni por un segundo.

Y cerró la puerta.

Una vez en la calle, Marta se sintió extraña y confusa. Observó todo a su alrededor con nuevos ojos: un arcoíris se dibujó sobre su cabeza, coronando un cielo limpio y despejado. Cuatro gotas despistadas terminaron de caer, formando ondas en los charcos.

Olía a primavera.

Un taxi se detuvo en frente de ella con un leve chirrido. Jorge la llamó y abrió la puerta para que se sentara atrás.

Marta sonrió y, por primera vez en años, una nueva luz brillaba en su corazón: la luz de la esperanza.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

una historia triste con un final feliz que todo lector agradece, aunque, luego de haber leido parte del Corazón de Uriel pense ver un poco mas de violencia un un giro inesperado, pregunta, fue uno de tus primeros experimentos...?, por que extrane un poco esa fuerza en la narrativa que encontré en El Corazón de Uriel, pero igual, no importa, se percibe la emoción la tristeza de una vida de violencia a la que esta expuesta Marta y esta vez el principe azul no es ni guapo ni fuerte, es su hermano y creo que al igual que Marta, el lector sintión un grato consuelo.

eѕтнer™ dijo...

Guau...No sabía que escribías tan requetebien...

Me ha parecido una historia genial, conmovedora, dura pero con final feliz...Enhorabuena!

¡Un saludo!

Meg dijo...

Una vez más me encanta tu estilo escribiendo, como avanzas de un ritmo lento y dramático a esa pequeña esperanza que se abre cuando escapa y se encuentra con Jorge. Me encanta, llevas muy bien la tensión sin que flojee en ningún momento.
Sigue escribiendo.

Un beso!