Uno, dos, tres, cuatro... Los segundos  van pasando, los minutos, las horas... Estar aquí, en este sitio sin  puertas ni ventanas, sin ninguna fuente de luz exterior, es agobiante.  Necesito salir y ver que el mundo sigue en pie, que la gente sigue con  su vida sin percatarse de lo que ocurre a unos metros de por donde ellos  pasan.
Mis  dedos tientan en la oscuridad, en busca de cualquier indicio que me  permita saber dónde me encuentro, pero parece imposible; estoy perdida  en medio de ninguna parte. Siento mis manos moverse, mis pies dando  torpes pasos en esta maldita oscuridad, pero mucho me temo que terminaré  volviéndome loca. Escucho mi respiración cada vez más acelerada, mi  garganta reseca suplica una mísera gota de agua y mis labios saben a  hierro y sangre; creo que estoy herida. Empiezo a asustarme. 
Levemente,  con la suavidad de un amanecer, una débil luz surge de la oscuridad.  Ilumina una pequeña porción, revelando una simple mesa con dos sillas;  en una de ellas está sentada una figura. ¿Es un hombre, o tal vez un  muchacho? Es difícil definir su edad. Su presencia me atraviesa: un aura  antigua y desconocida. Da la sensación de haber vivido mucho más que  cualquier persona, pero sus manos se deslizan por la mesa y acarician un tablero  de ajedrez como si no los reconociera; como si acabara de  nacer.
-¿Le apetece jugar, joven dama? -susurra sin alzar la cabeza, pero pude imaginar en su rostro el esbozo de una sonrisa.
No  soy capaz de decirle que no, así que iniciamos la partida. Sin embargo, todo lo que  sé de ajedrez no me sirve de nada, no soy capaz de frenar el  avance de mi contrincante. La partida no dura más de diez  minutos que a mí me parecen años.
-Aburrida y predecible -murmura sin rastro de ironía en su voz-. Como tu vida... como tu muerte.
-¿Quién eres? -Lo miro aturdida y confusa. Me devuelve una sonrisa amable y paternal.
-Me han dado mil nombres y por muchos  más se me ha conocido. Yo ya existía antes del tiempo, antes de que el  caos absoluto se tornara en orden, antes de que el Sol comenzara a  brillar y la Luna gobernara la bóveda nocturna. Me nombran entre susurros, al cobijo de las sombras... ¿Has oído alguno de los cuentos de brujas? 
Observo cómo se levanta, rodea la mesa lentamente y se inclina sobre mí. Me dedica una mirada cargada de pena.
-Lo siento, mi niña. -Las palabras me  acarician el rostro-. Jugaste con tu vida como si fuera una ruleta de la  suerte y, lamentablemente, no salió la casilla ganadora. Te he dado otra oportunidad y, aún así... No tengo elección.
Abro los ojos al descubrir que roza sus labios con los míos: una dulce y triste sensación me recorre por completo. 
Escucho un pitido a lo lejos, una  máquina avisando que mi corazón se detiene. Decenas de voces, gritos y  súplicas llegan desde la profunda oscuridad, desde la habitación donde  mi cuerpo reposa en un apacible coma. ¡Qué ilusos! Ya no pueden hacer  nada, es inevitable. La Muerte me ha reclamado para sí.